Habiendo pasado ya el ecuador de nuestra estancia, les invitamos a conocer la aldea Xix.
Cuando llegamos aquí, no podíamos creer que tras cinco horas de curvas imposibles y baches mortales en plena noche, nos esperaría a la mañana un lugar tan impresionante como el que nos encontramos.
La aldea Xix pertenece al municipio de Chajul, uno de los componentes del triángulo Ixil (además de Nebaj y Cotzal), en el departamento del Quiché. Esta es una de las zonas más afectadas durante y después del conflicto armado que terminó en Guatemala hace apenas 13 años, y que todavía mantiene muchas heridas abiertas, tanto en la gente como en el paisaje.
Cuando llegamos aquí, no podíamos creer que tras cinco horas de curvas imposibles y baches mortales en plena noche, nos esperaría a la mañana un lugar tan impresionante como el que nos encontramos.
La aldea Xix pertenece al municipio de Chajul, uno de los componentes del triángulo Ixil (además de Nebaj y Cotzal), en el departamento del Quiché. Esta es una de las zonas más afectadas durante y después del conflicto armado que terminó en Guatemala hace apenas 13 años, y que todavía mantiene muchas heridas abiertas, tanto en la gente como en el paisaje.
Es por tanto una de las zonas más pobres, en uno de los países más pobres de Latinoamérica.
Entre toda esta desolación se encuentra IMOA (Instituto Mixto de Orientación Agropecuaria), o Centro de Formación Nuevos Mayas, como ahora lo empiezan a llamar, creado por la Asociación Aprodefi, la contraparte con la que trabajamos.
La historia de cómo empezó el centro está llena de afortunados encuentros y dosis agigantadas de trabajo y esfuerzo por parte de todos sus miembros, que durante años han trabajado, casi de forma voluntaria, para que la educación fuera el pilar fundamental en el que basar su desarrollo.
El ambiente que se respira en todas y cada una de las actividades que realizan es de superación continua. Los alumnos reciben sus clases de educación formal por la mañana, y asisten a talleres de formación ocupacional por las tardes.
El centro cuenta, además de los alumnos externos que viven en la aldea, con setenta y cinco alumnos/as internos/as, que debido a la lejanía de sus aldeas, no pueden desplazarse hasta aquí todos los días, por lo que viven, estudian y trabajan aquí, la inmensa mayoría gracias a becas y apoyos por parte de organizaciones internacionales y particulares, es decir, apadrinados.
Desde que llegamos, la sensación de estar como en casa ha sido constante, gracias a la increíble amabilidad tanto de profesores como de los patojos y patojas, que en un primer momento sólo nos miraban y se reían, para más tarde ir acercándose a hacer mil millones de preguntas y a contarnos su vida. A estas alturas, "ya somos parte de esto", ya que no sólo venimos a dar unos talleres y luego nos vamos, sino que vivimos aquí, en el internado y somos las únicas que permanecemos día y noche, además del guardián...
Nuestro trabajo consiste en hacer actividades con los niños y jóvenes.
Al llegar no teníamos nada definido, y en realidad, tienen tantas cosas que hacer, que no sabían muy bien dónde ubicarnos, pero entre todos elaboramos un programa de actividades, combinando nuestras propuestas y sus necesidades, que a día de hoy, ya podemos identificar más claramente.
Así, iniciamos la creación de una revista con un grupo de jóvenes, dos grupos de teatro: uno con los más pequeños (de 4 a 11 años) y otro con los adolescentes, damos apoyo escolar a aquellos alumnos que más lo necesitan, dinámicas de grupo tanto con los mayores como con los pequeños, y estamos iniciando un grupo de chicas, en el que ellas se puedan sentir más libres a la hora de expresar, preguntar y hablar de temas que todavía son tabú aquí.
Además de todo esto, estamos para lo que haga falta, como quien dice, ya que nuestra disponibilidad es casi de 24 horas al día.
Por esta razón, los fines de semana hacemos escapadas que nos sirven para airearnos un poco, conocer los espectaculares lugares que se encuentran en Guatemala, y volver el lunes con las pilas cargadas.
Hemos visitado algunas ciudades por nuestra cuenta, como Antigua, donde llegamos, Quetzaltenango, Panajachel, a orillas del impresionante lago Atitlán....
Pero los niños también nos están mostrando muchos lugares por la zona, haciendo excursiones a pie, que son una verdadera maravilla...
Así que como ven, nuestros días están cargados de miles de sensaciones.
Nos sentimos muy afortunadas de poder convivir en una comunidad indígena, compartiendo con ellos cada día, aprendiendo e intercambiando experiencias.
Ahora sólo nos queda seguir aprovechando esta oportunidad, que no es poco, y aportar toda nuestra energía e ilusión, que aumenta contagiada por la de ellos.
Un abrazo y esperamos que todos sigan disfrutando allá donde estén.
Laura y Alejandra
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