Nuestro aterrizaje en El Alto ha coincidido con días ajetreados en el seno de palliri. La misma noche de nuestra llegada se nos comunicó que a las 8:30 de la mañana siguiente partiríamos hacia Coroico para participar en el campamento de 5 días que la fundación había preparado para todos los chicos del proyecto.
Uno se imagina un campamento de 50 ó 60 jóvenes en un entorno natural. De modo que solo cuando llegamos al punto de salida y nos encontramos con 250 personas de entre 5 y 17 años, es cuando realmente tomamos consciencia de la magnitud del "proyecto educativo". Llama la atención ver como los padres de esos jóvenes despiden con ilusión a sus hijos. Ellos que nunca estuvieron de campamento, muchos ni siquiera salieron nunca de El Alto, entregan su recurso más preciado, sus hijos, para ofrecerles las experiencias que ellos nunca tuvieron. Se palpa la confianza que solo se puede conseguir con el trabajo continuado y bien hecho entre fundación, padres y jóvenes.
La expedición se pone en marcha, 5 autobuses y 1 patrol (el nuestro) cargados hasta los topes ponen rumbo a Coroico. Practicamente es la primera vez que salimos de la casa de voluntarios, así que la vista de La Paz desde el alto se nos muestra imponente. La ciudad bulliciosa, con grandes edificios acristalados rodeada de incontables barrios con casas de ladrillo visto se asienta en el lecho de un gran valle rodeada de altas cumbres, muchas de ellas coronadas por preciosos glaciares en peligro de extinción. Al verla desde lo alto y posteriormente atravesar sus calles, la ciudad se ve como una gigantesca colmena rebosante de abejas… obreras, zanganos, reinas… limpiabotas, kiosqueros , jupys, buscavidas, empresarios, transportistas, políticos, estudiantes, policías, mendigos. Todos ellos desempeñando el papel que la sociedad les ha reservado al tiempo que tratan de pasar al nivel superior, ser algo más.
Todavía el viaje nos reservaba una visón aún más espectacular. Una hora más tarde nos encontramos atravesando por un puerto de montaña la Cordillera Madre Andina. No me enrrollaré demasiado aquí, pues resulta imposible describir lo que, alguien con sensibilidad por lo natural, siente al ver algo así. Rodeado de semejantes montañas, glaciares, acantilados, ríos etc, atravesando las nubes, uno se siente tremendamente insignificante. Resulta increíble pensar que esos mismos caminos ya habían sido transitados por los Incas antes de los caballos, de los motores de explosión y de los caminos de asfalto.
Dos horas más tarde El convoy se detiene. Cruzando un rio a través de un puente colgante (a lo Indiana Jones) llegamos a la zona de campamento. Mientras los pequeños comienzan a acomodarse en los barracones de literas, los mayores comenzamos a descargar los materiales y alimentos de los autobuses. Descargar a unos 3000m de altura la comida para 250 personas durante 5 días no es moco de pavo, cuando recorres 15 metros con un saco de patatas el aire comienza a faltarte y el corazón se sale del pecho. Un pequeño porcentaje de los muchachos se escaquea, pero la mayoría se pone a descargar laboriosamente codo con codo. Para mi esta tarea fue la primera toma de contacto y diálogo con los muchachos, a primera vista se les ve algo distantes pero de muy buen corazón.
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