

La expedición se pone en marcha, 5 autobuses y 1 patrol (el nuestro) cargados hasta los topes ponen rumbo a Coroico. Practicamente es la primera vez que salimos de la casa de voluntarios, así que la vista de La Paz desde el alto se nos muestra imponente. La ciudad bulliciosa, con grandes edificios acristalados rodeada de incontables barrios con casas de ladrillo visto se asienta en el lecho de un gran valle rodeada de altas cumbres, muchas de ellas coronadas por preciosos glaciares en peligro de extinción. Al verla desde lo alto y posteriormente atravesar sus calles, la ciudad se ve como una gigantesca colmena rebosante de abejas… obreras, zanganos, reinas… limpiabotas, kiosqueros , jupys, buscavidas, empresarios, transportistas, políticos, estudiantes, policías, mendigos. Todos ellos desempeñando el papel que la sociedad les ha reservado al tiempo que tratan de pasar al nivel superior, ser algo más.

Todavía el viaje nos reservaba una visón aún más espectacular. Una hora más tarde nos encontramos atravesando por un puerto de montaña la Cordillera Madre Andina. No me enrrollaré demasiado aquí, pues resulta imposible describir lo que, alguien con sensibilidad por lo natural, siente al ver algo así. Rodeado de semejantes montañas, glaciares, acantilados, ríos etc, atravesando las nubes, uno se siente tremendamente insignificante. Resulta increíble pensar que esos mismos caminos ya habían sido transitados por los Incas antes de los caballos, de los motores de explosión y de los caminos de asfalto.
Dos horas más tarde El convoy se detiene.

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